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Alfonsina, vestida de mar…

79 años sin Alfonsina

79 años sin Alfonsina

79 años sin Alfonsina

¿Cómo murió Alfonsina Storni? La canción de Ariel Ramírez y Félix Luna,  interpretada bellísimamente por la querida Mercedes Sosa (Alfonsina y el Mar)  habla de una mujer que sufre y decide marcharse “vestida de mar”.  El mito dice que la poetisa caminó aguas adentro hasta ahogarse, víctima de una depresión amorosa. Imposible imaginar una muerte más poética…Pero esa no es la única versión de los hechos…

Alfonsina, vestida de mar-Por Guzmán Urrero Peña

También los cantantes, llegados a tierra poética, actúan a menudo bajo la opaca iluminación de la pena. Un dolor que, por ejemplo, se hace verso en un disco imponente, Mujeres Argentinas (1969), donde la gran Mercedes Sosa interpela al espectro de Alfonsina Storni. ¿Recuerdan la letra?: «Sabe Dios qué angustia te acompañó / qué dolores viejos calló tu voz / para recostarte arrullada en el canto / de las caracolas marinas / la canción que canta en el fondo oscuro del mar / la caracola. / Te vas Alfonsina con tu soledad / ¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?».

Esa voz antigua que, según la estrofa de Félix Luna, requiebra el alma de la poetisa vestida de mar, es la que mejor ha contribuido a mitificar el suicidio de Storni. A decir verdad, este final incrementa la gloria de nuestra escritora con un pretexto bello, pero ficticio. Desde la emoción, aún hay muchos lectores que prefieren imaginar a Alfonsina en una pacífica orilla, adentrándose dignamente en el oleaje, conforme ya con su destino inexorable, sumergiéndose en paz. Vista de ese modo, su muerte es un colofón, un final que sobreviene sin violencia, como por un aflujo de aguas tibias.

Si le confían una muerte voluntaria, el romanticismo suscita malentendidos que, a modo de zigzagueo digresivo, interrumpen el hilo de cualquier biografía con leyendas admirables. Así ha ocurrido desde hace más de dos siglos, y Alfonsina no es una excepción a esa regla.

Apurando al máximo la ambigüedad, el mito de Storni contribuye a enardecer su poesía. Un final trágico remite a sentimientos desmedidos y proporciona nuevas claves de lectura, instrucciones secretas que componen el bastidor de una nueva poética, acaso extraliteraria pero tan eficaz como la que explican en la Academia.

El auténtico desenlace de esta historia no es hermoso. Cuando Alfonsina se arroja desde el espigón de la playa La Perla, es una mujer desesperada. El entorno político y social le resulta insufrible. Además, padece un cáncer que estraga su salud desde 1935 y sólo la morfina le permite aguantar una agonía que, al decir de los médicos, no ha de durar más de tres meses. La poetisa no quiere padecer ese tormento, y por eso elige morir, precisamente, en una fecha que su impaciencia determina: la madrugada del 25 de octubre de 1938. Sin embargo, sabe despedirse por medio de un delicado gesto. Poco antes de quitarse la vida, remite al diario La Nación el legendario poema Voy a dormir:«Déjame sola: oyes romper los brotes… / te acuna un pie celeste desde arriba / y un pájaro te traza unos compases / para que olvides… Gracias… Ah, un / encargo: / si él llama nuevamente por teléfono / le dices que no insista, que he salido».

Hay mucho secreto en el suicidio de un poeta. El lector busca ingredientes extraordinarios en ese hormigueo penoso que empuja al creador más allá del abismo. Por esta senda, triunfa el cliché romántico. Es inevitable, por consiguiente, relacionar la desolación marina de Storni con los motivos literarios que desgrana su biógrafa, Josefina Delgado: la naturaleza, «potente y que despierta todos los instintos», que «se funde con la mujer y le dice que tiene un cuerpo y que debe oírlo».

La fantasmagoría es inevitable. No obstante, preferimos ver en el último afán de Alfonsina una decisión firme y práctica, inspirada por otros compañeros, también suicidas. Recuérdense aquellos versos que ella, por una sugerente premonición, dedica a Horacio Quiroga. Él decide comprar cianuro y abandonarlo todo, y quien fuera su amiga le susurra: «Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / Y así como en tus cuentos, no está mal; / Un rayo a tiempo y se acabó la feria… / Allá dirán. / Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte / Que a las espaldas va».

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