Escuchó de mi lengua con su oído desprevenido algo que no debía saber. Sus oídos escucharon a pesar suyo, obligados por las palabras que salían de mi boca a borbotones. Como un volcán en erupción que escupe fuego líquido y quema todo lo toca…
Por Daniela Rodríguez Gallego
Algo que no debía saber:
Debería haber una única manera de empezar un relato, desde el principio. Pero en este caso no puedo, ya que me es difícil determinar cuando y cómo se sucedieron los hechos.
Sí tengo memoria del momento exacto en que descubrí que deseaba que Mariano estuviera muerto. Muerto, bien muerto y enterrado bajo compactos terrones de tierra estéril, donde su lengua no fuera peligrosa ni para mí ni para mi futuro.
Muerto por el peligro que significaría para mí el poder de su posterior y posible relato. Muerto porque escuchó de mi lengua con su oído desprevenido algo que no debía saber. Sus oídos escucharon a pesar suyo, obligados por las palabras que salían de mi boca a borbotones.
Como un volcán erupcionado que escupe fuego líquido que quema todo lo te toca.
Es difícil de entender cómo puede desearse la muerte de un perfecto desconocido, pero a veces, el miedo logra cosas que la razón no consigue y mi razón no logró cementar mi lengua en el momento que sólo debía escuchar lo que hablaban los demás- Escuchar, interrumpir con alguna aguda intervención, escuchar y retener lo aprendido.
Empaparme de conceptos nuevos y de diferentes y diversas formas, diferentes a las mías, de afrontar problemas- Solo escuchar y asentir con la cabeza o con algún gesto espástico e involuntario los relatos que contaba o inventaban los demás.
Cuando Mariano llegó a mi casa, la reunión ya había empezado. Vino acompañado de mi hermana y de una amiga nuestra.
Nos presentaron y nos repartimos con los demás invitados. Cada uno en el grupo que más le interesaba y dónde mejor encajaba según las reglas de esa noche; por un lado los deprimentes, sólo hablando de trabajo y quehaceres pendientes para los días subsiguientes; también estaban las diosas, siempre flacas y vestidas a la moda; en el rincón de fondo se agrupaban todos los pelotudos, snobs, falsos revolucionarios, periodistas y publicistas.
En el último grupo, en el cual yo estaba incluido, estábamos todos los drogadictos.
En el rincón más oculto del living, cerca del baño de visitas. Formamos un extraño juntadero de gente de todo tipo con un solo objetivo común: meterse todo lo más posible por la naríz.
De a ratos, alguno de nosotros se levantaba y circulaba por el lugar, tratando de simular interés por los temas que se sucedían alrededor, pero sin comprometerse de más con ninguna de las conversaciones. No era necesario. Mariano era el que menos simulaba, sabía perfectamente que estaba en el rincón maldito para aspirar cocaína.
No parecía preocupado como todos los demás. Se sentó en un almohadón, callado, casi alegre y solo esperaba que le tocase su turno para meterse lo más posible sin ser visto. Tapado por la pared humana que formábamos para que el acto fuera lo más íntimo posible, aunque sabíamos que todos los ahí presentes sabían perfectamente de nuestras costumbres. El plato, las tarjetas, los billetes de 100 enroscados. Y los tímidos pasando al baño a cada rato.
Mariano estaba sentado al lado mío, y al cabo de una hora me contó que en realidad, no era muy amigo ni de mi hermana, ni de ninguno de los presentes. Que las había conocido un rato antes de que ellas llegaran a casa en una fiesta anterior. También llegó a contarme que era ebanista y que trabajaba en una maderera que funcionaba a modo de cooperativa en Villa Crespo. Yo escuchaba y ya sentía los reclamos de mi naríz.
Decidí retirarme al baño y no aspirar nada delante de Mariano.
Pudor de drogadicto acaso, no lo sé. Traté de tomarme varias rayas de una vez, preparadas sobre la tabla del inodoro, más gruesas y largas que de costumbre y las respiré cómo si fuera la última vez que fuera a hacerlo. Lo disfruté. Me picaba la naríz bastante, me miré al espejo y me limpié los restos con la mano. Me sentía muy bien. Felíz, hasta pasaban de fondo un tema que me encantaba de Jimmy Smith.
Creo que era Stormy Monday o alguno de esos que me gusta escuchar cuando no sé por que disco decidirme. Salí rápido, sin preocuparme de las condiciones de higiene de mi propio baño y volví a sentarme al lado de Mariano.
Me dijo que se sentía medio mal y que le presentara a alguna de las minas.
Se interesó por las del grupo de las flaquísimas. –En un rato vamos- Le dije y en ese momento y sin ningún preámbulo cometo el terrible y fatídico error de decir en voz alta mi secreto mejor guardado. Mi pensamiento recurrente. Digo, hablo, me expreso, me entierro, me suicido en público, echo carretillas completas de lodo sobre mi cara, mi cabeza y mi cuerpo completo.
Digo lo que solo debía vivir en mis recuerdos más íntimos y privados, para no ser dicho jamás: -Te presento a cualquiera, son todas iguales…jaja. A cualquiera menos a mi hermana. A esa me la cojo yo- Ya lo había dicho. Ya lo sabía un perfecto desconocido. Sentí terror, pero no pude callar, sabía que no debía seguir hablando, pero igual lo hice.
Sentía la necesidad imperiosa de convertir en realidad lo que creí por momentos y durante años que solo había pasado en mi mente.- Una sola vez- Continué como queriendo salvarme de la guadaña de su mirada –Estábamos muy mal una noche y nos besamos. Después pasó lo demás y me encantó. Por eso odio a Julián, porque también se la mueve.
Mariano miró para abajo, y eligió callarse.
En ese instante empecé a desear que estuviera muerto. ¿A cuántos contaría mi secreto? ¿Cuántas rondas de faloperos tendría, dónde este material valdría oro en polvo? Cerré los ojos y ví a toda la gente que estaba a mi alrededor, quería que se evaporaran y quedarme solo. Paralizado en aquel instante donde había arruinado mi vida. -¿Le digo que no diga nada?- pensé. Voy al baño y me la corto (la lengua o la pija).
Nada de todo eso hice. La fiesta terminó y todos se fueron. Le conté a un desconocido mi gran secreto y deseba que estuviera muerto en las próximas horas para que todo siguiera igual. Sólo deseaba. No hice nada, me quedé toda la noche despierto, deseando tres cosas: meterme otra raya, metérsela otra vez a mi querida hermana y meterle un tiro en la frente a Mariano.
Nada hice de todo eso. Soy un cagón.
[…] la fuerza que tienen los medios en este efecto de normalización. Van construyendo formatos de pensamiento. No información, la información es lo de menos. Los contenidos fluyen por todos lados. El tema […]