...Sobre matar o no al tiempo...
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El tiempo es todo un personaje

…Sobre matar o no al tiempo…

¿Cómo maneja «el tiempo» Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas? Tal vez consiste en permitirnos asistir a otros mundos posibles desde otros ritmos espacio-temporales que son otros universos distintos

Por Juan Carlos Ramos Treviño*

Más allá de la frontera de expansión de nuestro universo existe la nada. Desde una perspectiva cuántica, la nada no es un espacio vacío; la nada es no-espacio. Como flujo consustancial en el tiempo, es no-tiempo. Si tiempo-espacio fluyen juntos su contracción en cualquier imaginario posible sería la rebelión total de ese particular acaecer, es decir, la inversión de las dimensiones y la creación de otro u otros universos.

El abuelo de un poeta campesino contaba que había asestado un golpe tan fuerte a un perro callejero que lo atacaba, que su brazo penetró por el hocico hasta las vísceras, y en la brusca retracción del movimiento, el animal quedó como un calcetín vuelto al revés, después, ladró a la inversa (¿has oído un ladrido inverso?) y se alejó recogiendo sus raros pasos por un camino que se diluía hacia otras dimensiones a través del portal de la noche.

El tiempo y el espacio constituyen la matriz de un universo; sus dimensiones, elementos y sucesos dependen de la capacidad onírica de la divinidad que se atreve a nombrarlo. En Alicia en el País de las Maravillas, ella dialoga sobre el tema del tiempo con el Sombrerero:

Alicia suspiró fastidiada.

-Creo que ustedes podrían encontrar mejor manera de matar el tiempo -dijo- que ir proponiendo adivinanzas sin solución.

-Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo -dijo el Sombrerero-, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!

-No sé lo que usted quiere decir -protestó Alicia.

-¡Claro que no lo sabes! -dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio-. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo!

-Creo que no -respondió Alicia con cautela-. Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas.

-¡Ah, eso lo explica todo! -dijo el Sombrerero-. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al Tiempo tu deseo y el Tiempo en un abrir y cerrar de ojos haría girar las agujas de tu reloj.

El tiempo al que se refiere tiene una personalidad que espera determinadas relaciones y las establece según sus interlocutores. Aquí, la voluntad divina de la imaginación literaria se tensiona en la trama y en los personajes, pues también se duelen de que el tiempo no responda a sus deseos; su condición existencial es también un acaecer en dramas, azares, con-sentidos desde otros sentidos sin-sentido que dan sentido; oficios, ocupaciones y otras formas de estar en otro o en otros universos sui géneris, hologramáticos y sicodélicos.

Lewis Carroll no construye arquetipos, modelos de comportamiento u opciones existenciales. Al parecer, desde mi nebulosa contráctil, imagino que (debo confesar que escribí las palabraspienso y creo, antes de decidir imagino) la generosidad de Carroll consiste en permitirnos asistir, a través de etéreos y disimulados portales, a otros mundos posibles, adjetivados también desde otros ritmos espacio-temporales que no son ni armonía, ni desarmonía, sencillamente otros universos distintos, otras posibilidades de gozar, sufrir, soportar, soñar; en los que libremente pueden explorar los paradigmas e interpretaciones disciplinarias.

Debo decir que el texto corresponde a su tiempo y su red de emociones tiene articulación desde el espacio de regulación como “aburrida realidad” en que se convierte todo sueño realizado, pero esto es ya lugar común; y también lo sería pretender encontrar en el texto una fórmula mágica, una moral, una lección, un final feliz, que se convierte inmediatamente en otro paradigma, con sus inevitables cegueras, como parece sugerir el inicio y final de la hermosa versión de cine dirigida por Tim Burton, o para decirlo con las palabras del Sombrerero cuando se duele:

-Bueno -siguió contando su historia el Sombrerero-. Lo cierto es que apenas había terminado yo la primera estrofa, cuando la Reina se puso a gritar:

«¡Vaya forma estúpida de matar el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!»

-¡Qué barbaridad! ¡Vaya fiera! -exclamó Alicia.

-Y desde entonces -añadió el Sombrerero con una voz tristísima-, el Tiempo cree que quise matarlo y no quiere hacer nada por mí. Ahora son siempre las seis de la tarde.

Quizá, desde la mítica condena de reiniciar, para que no sean “siempre las seis de la tarde”, el texto concluye en un elogio al desaburrimiento: la esperanza de una escena sencilla en que Alicia adulta cuenta historias a otros niños.

Juan Carlos Ramos Treviño* (Ciudad de México, 1961). Radica en Chiapas desde 1975, en donde ejerce la docencia en los niveles de Primaria y Posgrado. En 1997 obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Ramón Iván Suarez Caamal” en Calkini, Campeche, con el texto El Nacimiento del Biombo. Es autor de Autobiografías, así somos los docentes de Chiapas, (2012) y UMBILICAL: taller de poesía, (2014).

Arte en fotografías: Ian Sebelius (Montreal, 1990) estudió Comunicación Social en la UAM Xochimilco. Es postproductor en Efekto TV. Vive en un mundo de mentiras fabricando fantasías.

Desocupado

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