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No caigas en las «emboscadas» de la gente rebuscada

¿Es uno, que siempre piensa lo peor, o son ellos de una torpeza sin igual?

Por Clara Rodríguez.

Últimamente me he puesto a analizar la manera de vincularse que tienen algunas personas. Esa gente que se nos quiere acercar, pero no nos queda claro por qué. Son muy distintos a nosotros, no tenemos nada en común, sin embargo nos agregan en Facebook, nos buscan, y hasta nos dicen de ir a tomar un café un día de estos.

Son esa clase de gente que descartamos en cinco minutos la posibilidad de ser amigos alguna vez en la vida, o en otras vidas. Hasta nos parece que les caemos mal, que nos juzgan, que no nos aprueban, sin embargo, nos rondan cual satélite día por medio, o dos veces a la semana, mínimo, ya que trabajamos con ellos, hacemos algún curso juntos, los vemos en la plaza cuando sacamos al perro o en alcohólicos anónimos.

Son de nuestro mismo sexo, del sexo opuesto, o de diferentes edades. Un día nos arriesgamos a decir que nos quieren levantar, pero al día siguiente nos cuentan del matrimonio tan maravilloso que tienen. En otras ocasiones seríamos capaces de apostar que nos tiran la onda para ir a buscar travestis a Palermo, pero rematan al día siguiente con una frase del estilo: “qué vergüenza me dan estos tipos, les daría un cachetazo”. Nos cuentan de su vida, infidencias que uno no pidió escuchar, frente a las cuales solo podemos agregar por cortesía: “bueno, bueno, son cosas que pasan, somos seres humanos al fin y al cabo”, y al otro día del desahogo que tuvieron te dicen: “cómo tomaste anoche, jeje, dijiste cualquier cosa”, y uno queda completamente desorientado, ya que dice cualquier cosa tanto sobrio como ebrio, ¡y a mucha honra! ¿Es uno, que siempre piensa lo peor, o son ellos de una torpeza sin igual? El torpe demuestra todo el tiempo ser mejor que uno, se abotona la camisa lo más arriba que puede, incluso añade botones que le tapan hasta la pera. No deja de mirarte las tetas, y cuando llega a su casa le cuenta a su esposa el mal momento que pasó frente a tu escote, y que ya no sabe cómo evitarte.

¿De qué me ha servido tanto leer a Sade y a Sacher Masoch si no puedo descifrar las intenciones de una solemne ama de casa en el supermercado?

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